viernes, 2 de octubre de 2009

Bruselas 0 - Londres 1

La temporada musical en Bruselas comenzó a principios de septiembre con el KlaraFestival, el cual no pude seguir muy a fondo por tener demasiado trabajo. Asistí a dos de las citas: sexta sinfonía de Mahler en una muy buena interpretación de la Orquesta de la Monnaie dirigida por Hartmut Haenchen, y un sublime Requiem de Verdi con la Swedish Symphony Orchestra y el Swedish Radio Choir dirigidos por Daniel Harding y con un reparto de lujo. Encontré en este Requiem una lectura totalmente transparente pero llena de garra y que me hizo descubrir nuevos detalles nunca oídos ni en el Cd ni en ninguno de los varios directos que he escuchado de esta pieza maestra.

Vamos con la ópera: primer título de la temporada en La Monnaie, una Semele de Haendel para el olvido. La obra, aunque tiene buenos momentos musicales, carece de un libreto coherente y de hecho, se trata de un oratorio y no de una ópera, por lo que en principio hubiese sido más apropiado en versión concierto que con escena. De los cantantes, sólo salvo al tenor Jeremy Ovender (Jupiter) por su precioso timbre y su excelente calidad en el fraseo y a la maravillosa Iris de Sarah Tynan, que pese a lo escueto de su papel, me convenció plenamente de sus posibilidades técnicas y musicales. La Semele de Ying Huang estuvo calante en ciertas zonas del registro y apurada en ciertos agudos. El montaje escénico se centró en un hecho real: unos sin-techo que han habitado un templo chino y a partir de ahí se desarrolla la historia de Semele en ese mismo templo, reconstruido en el escenario. Ya desde el principio con la proyección de la familia okupa durante la obertura (excelentes Les Talens Lyriques y Christophe Rousset en todo momento) me temí lo peor, y no me equivoqué, las siguientes tres horas se caracterizaron por el despropósito y disparate escénico que presenciamos los espectadores: un caballo chino con una erección más larga que sus patas, el coro desnudándose casi por completo, una figura blanca encima del tejado del templo que se hincha y se despierta, personajes que vuelan sin mucho sentido, una alfombra encima del tejado, aparición de los cristales que reflejan el público (muy visto) y que por cierto, uno de los focos que alumbraba la escena en ese momento reflejaba directamente sobre mis ojos y me perdí unos 20 minutos de la historia (o me hubiese quedado ciego) y para colmo, al final de la primera parte un canto chino (que dudo que lo escribiese Haendel) y al final de la ópera, después del maravilloso coro final, comienzan a entonar la Internacional acabando así el espectáculo. Y la verdad, no comprendo cómo musicalmente se ha consentido esa blasfemia. Así que salí del teatro muy decepcionado y también cansado de que los espectáculos de la Monnaie sigan en esa tónica "social"... lo mucho cansa y estoy cansándome ya de reflejarme en espejos.


Por suerte, en unos días me marché hacia Londres, estrenándome en la ciudad de la cual quedé encantado y más aún después de ver el Don Carlo (versión italiana en 5 actos) que presencié. Creo, en primer lugar, que nunca me lo habían contado (cantado) tan bien. La escena moderna pero muy fiel al Libreto y los cantantes de altura: Poplavskaia, gana puntos por momentos. Cuando la vi en el Don Giovanni de les Arts ya me quedé alucinado con ella y con su voz, pero ha sido desde su Traviata en Amsterdam en abril y su Elisabetta en este Don Carlo donde para mí se convierte en un referente actual para los roles verdianos. Jonas Kaufmann fue uno de los Carlo más seguros que he escuchado, regalándonos el aria del primer acto como presentación de su arte y de la ópera. Simon Keenlisyde, un excelente Rodrigo... cuya muerte no podré olvidar con facilidad. Un Carlo y un Rodrigo que nos hicieron disfrutar de los memorables momentos que tienen juntos. Otro referente el Felipe II de Ferrucio Furlanetto y memorable la Eboli de Marianne Cornetti. El resto del reparto cumplió. Mención especial merecen el coro y la orquesta de la Royal Opera House y la dirección de Semyon Bychkov... Simplemente inolvidable (el Don Carlo, Londres, Brighton y el baño que me pegué en su playa...)

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