Eran las 9 de la noche, Carrie abrió la puerta azul del edificio a Peter... y comenzaron a subir las escaleras de moqueta oscura y empinados escalones. Estaban cansados de sus respectivos días. Cuando llegaron al apartamento, Peter le preguntó, primero por Stefano que estaba ausente realizando un proyecto sobre el canal de Bruselas. Carrie puso cara de circunstancia mientras tecleaba algo rápido en el portátil y Peter se quitaba los zapatos.
- "¿Qué ocurre?" - preguntó él.
- Mañana tengo visita y me tocará ir de nuevo a esa ciudad que me sé de memoria, llamada Brujas, o Brugge en "angelainge".
La verdad, es que les resultaba pesado tener que ir siempre a la capital turística de Flandes cuando tenían algún amigo o familiar de visita. Pero la ciudad de cuento ofrecía muchas cosas... una de ellas, Carrie la había descubierto un año antes.
A los pocos días Stefan acompañó a Carrie y su amiga a Brujas. Stefan siempre tenía muchas cosas que hacer pero acababa enganchándose a cualquier plan de pendoneo. Peter se quedaba encerrado en su cueva, contento de tener una buena excusa para librarse de la excursión a flamenquilandia. Además, siempre acababa prefiriendo la auténtica Gante, frente a la un tanto artificial Brujas.
La cuestión, es que Peter podía imaginar todo lo que harían sus amigos en la ciudad flamenca: primero, al dejar atrás Bruselas, comenzar a ver las paradas e informaciones en los paneles del tren solo en flamenco. Luego, llegar a una estación de trenes totalmente patas arriba por las obras (como toda Bélgica, ellos todavía no pueden olvidar ese montón de arena en Bruselas, o las obras de más de un año en su calle) tras una hora de paisajes y casa adorables. Luego caminito al centro por el lago (Minnenswater) y sus jardines, foto aquí y allá, luego los cisnes y el Begijnhof, más fotos donde Carrie debía mostrar su mejor sonrisa, iglesia de Nuestra Señora, con la Madonna ("Madonna", diría Carrie "qué hago otra vez en Brugge"), Hospital Sint Jan, más canales (pero nada de ir en barquita, que es un timón y no hay que salirse del puño), la plaza principal, con esas fritteries que siempre hicieron pecar a Carrie y Peter (y Stefan arrastrado por ellos). Y todo este callejeo animado a rebosar de gente, siempre quedaba salpicado por las tiendas de punto y chocolaterías. Carrie tenía debilidad por uno de los máximos placeres de ofrecían estas tiendas donde el chocolate se servía en forma de violín, tetas, penes o bombones: las trufas blancas. Tanto era así, que cuando entraba a comprar un par de este dulce increíble, pensaba en el que había hecho un "enorme sacrificio" por no venir y le compraba un par. Pero incluso allí, conocían un lugar donde alejarse del bullicio, justo detrás del antiguo mercado de la seda, en pleno centro. Un café delicioso acompañado de un poco de bizcocho, hacían el resto para volver a ser completamente felices... Incluso si tocaba ir 500 veces más a esa mágica ciudad.
A la noche, Peter prefirió no preguntar cómo había ido el día, porque podía leer la cara de Carrie en plan "pufs... más de lo mismo, ni preguntes". Pero saboreó con deleite las trufas blancas que ella le había traído, quedándose, quizás, con lo más grande de Brujas. Cenaron, vieron el corazón, tomaron el té de rigor, y se despidieron hasta el día siguiente. Cuando Peter salió del edificio, le pareció ver una bolsa de basura caer del cielo... quizás estaba muy cansado!

El segundo concierto coincidió con otro acto también y con la semifinal del fútbol (lo que hay que leerme...) y no fui. Era el 26 de junio, la Orquesta de la Universidad. Y al día siguiente el grupo de percusión de la misma, que con un programa sin pausa, nos hicieron vibrar con todo tipo de instrumentos, incluso con una lamina metálica con el mapa de la comunidad valenciana (sí ese que collecinabas las fichas con relieve y las ibas colocando), cacerolas, el cuerpo... demostrando que cualquier objeto puede ser un instrumento de percusión. A resaltar las obras "Tercera construcción" de John Cage y "Mitos Brasileiros" de Ney Rosauro. Y para finalizar ese fin de semana de música, el pianista Josep-Maria Balanyà, realizó una performance el sábado 27, donde además de destrozar el piano por todas partes y a todos los niveles (en el programa decía que el piano no sufría ningún daño, pero lo dudo), también tocó a la vez una máquina de escribir, se comió un plátano, gritó, y hasta le hizo una paja al piano... El espectáculo por el espectáculo estuvo servido, la gente iba abandonando el recinto por goteo. Todo lo que hizo ya estaba visto. Es tipo Carles Santos pero este tiene las cosas más claras y dónde está el límite o no, pero lo tiene claro. Lo único que me gustó fue el escuchar la masa sonora del piano a tope en los momentos que bajaba las teclas con el brazo entero, y percibir los armónicos. Lo demás me puso de mala leche y me llegó a agobiar.
Conclusión: una edición para recordar, con un verano de noches refrescantes a la luz de las estrellas en el maravilloso claustro del edificio histórico de la universidad de Valencia, un marco incomparable...y que sea por muchos años. Mañana jazz gratis en los jardines del Palau de la Música, otra de las citas obligadas del verano valenciano. Y por supuesto, la Feria de Julio, recien arrancada.